¡Maten al fútbol!
Me gusta el fútbol, pero no éste actual. Cuando era chico pateaba la pelota con mi padre, después con mis hermanos y luego con amigos. Las patadas devinieron en correr con otros para tener la pelota, aparecieron arcos de remeras (sin travesaño y hasta el infinito), se armaron dos equipos y comenzó el juego. Eso era fútbol
El fútbol era un juego. Era tiempo transcurrido haciendo algo entretenido que además nos cansaba. Podíamos jugar horas seguidas con frío helado en invierno y calor radiante en verano. Con lluvia y barro, con arcos y una cancha delimitada o con sillas y límites extensibles. El fútbol era tiempo con amigos, momentos ganados hasta el infinito.
Cuando crecimos se volvió más competitivo. El tiempo invertido debía tener una recompensa, un retorno a esa inversión. Ahora queríamos ganar y el juego era el instrumento para lograrlo. Entraron algunas variables que desconocíamos. Por ejemplo, orden, disciplina, descanso, entrenamiento. Y había que practicar para jugarlo. No era suficiente querer jugar, ahora necesitábamos saber jugar.
Aumentaron las victorias y la explosión de las celebraciones parecían demostrar que había sido divertido, que habíamos disfrutado del juego. ¡Pero no!, no había un goce real en el juego porque la diversión seguida de derrota era inconveniente. Y el aburrimiento seguido de triunfo era beneficioso. El fútbol había quedado escondido detrás de la utilidad y la conveniencia. El futbol había pasado de distracción y ocio a convertirse en un utensilio para alcanzar el éxito. ¿Cuál era ese éxito? Ganar.
Había sido quebrantada la pureza del juego del balompié. Para la pregunta de cómo me había ido jugando habíamos catalogado solo tres rótulos posibles de respuestas: ‘Gané, empaté o perdí’. Seguía un desarrollo pormenorizado de las jugadas y sus derivaciones. ¿Pero cómo me había ido con el fútbol, independientemente del resultado? Ya no puedo recordarlo. Después de tantos años de institucionalización práctica no puedo saber cómo era jugar al fútbol.
Ganar, gustar y golear. Tiki Tiki. Tenemos que ‘Menottizar’ el juego. ¡No, para nada! ¡Tenemos que eficientizar y efectivizar el deporte! A ‘Bilardear’ se ha dicho entonces. Pero ni jugábamos bien ni ganábamos. ¿Y si volvemos a la pureza original, a jugar para disfrutar, a amar el proceso de estar juntos entretenidos? Para algunos apuntábamos a la mediocridad y la tibieza. No querían dejar el cachivache en el que habíamos convertido al fútbol de lado. Querían seguir controlándolo, teniéndolo como instrumento de triunfo.
A pesar de ello nos volvimos ‘Bielsistas’. Un poco por el cansancio físico, otro poco por las muchas preocupaciones cotidianas laborales y familiares, también por el acompañamiento de lesiones y agotamiento mental. Matamos al futbol interesado y egoísta. El fútbol volvió a ser fútbol. Era pasar el tiempo con amigos, disfrutando poder jugarlo. El balompié había resucitado mucho tiempo después de haberlo matado. Porque debajo de todo lo que creemos que es el fútbol está la esencia del juego. Y no, no es ganar (solamente), es deleitarse con la posibilidad de jugar porque sí. Eso es el futbol, nada más (y nada menos).
¡Qué viva el futbol! Recuperemos el juego que nos dio las inmejorables felicidades de nuestra infancia, similar al ‘¿Te acordás de aquel tiempo…?’ de Mario Pergolini o ‘Bombitas de agua’ de Germán Barceló.