Jesucristo le escribe a la Iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3, 15–16 la frase más dura de toda la Biblia: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.”
La Argentina es extrema. En el “cambio político” de cada lustro coexisten simultáneamente sequías y lluvias torrenciales, ardiente calor y frío gélido, palabras fuertes, pero vacías y vidas en apariencia austeras, pero millonarias (los Insaurraldes originarios del peronismo).
La hipocresía y el cinismo de las tapas de diarios y portales virtuales son los síntomas evidentes de la tibieza crónica que padece la Argentina. A nadie le interesa la política doméstica para sobrevivir diariamente, pero de ella dependemos cada día.
Parafraseando a Obi-Wan Kenobi: «La política es lo que les da a los gobiernos su poder. Es un campo de energía creado por todas las cosas acordadas. Nos rodea, nos penetra, y mantiene unida a la burocracia.»
La normalidad argentina es lo anormal. Somos un pueblo rebelde, domado. Los barrabravas y sindicalistas están aburguesados. Aristócratas: pusilánimes. Militares, hartados. Ciudadanos, explotados.
Parece que sólo basta una cabecilla caudillista con peluca, dos gritos y tres leyes, y la grey mansa y tranquila continúa con su latiguillo — a esta altura centenario- de “Sálvese quien pueda” o “Yo, para mí y mío. Es la única que me queda frente a la mafia, la impericia y la corrupción endémica de la politiquería”.
Acá, en estas tierras, las partes son mayores que la suma del todo. ¿Dónde quedó la Patria plena? ¿Existió alguna vez? A veces pareciera que no.
No hay lugar para los débiles. Para ellos ‘pan y circo’ de cabotaje. Migajas de hogaza y dos sábanas con sostenedor, una yegua enclenque, un tortugo dormilón, dos osos perezosos y una morsa completan el circo del “Todo por $2”.
Mirar la foto de la política de “rabiosa actualidad”, el hoy, es querer detener un tiempo cíclico y pendular. Es imposible. Es preciso ver la película de la historia.
Todo indica que ya llega el menemismo de malos modales. ¿Y después?