De la parálisis espiritual a zambullirse en el Mar de la Gracia infinita

Para sanar necesitamos ayuda para salir en busca del único que nos puede curar completamente. Tenemos que ir más allá de la comodidad, con creatividad, persistencia y sin vergüenza.

Pol
4 min readJan 14, 2022

Esta es la historia lejana y actual de cinco amigos de la vida que posiblemente habían tenido circunstancias de vidas similares, pero distintas. Unos más espirituales, otros fracasados, éste de aquí más fiel, aquel de allá independiente, uno charlatán y otro más golpeado.

Uno de ellos había nacido paralítico. Sus piernas no funcionaban y su mente y su espíritu también estaban postrados. Durante años intentó curar su condición, pero nada de lo que hizo lo sanó, al contrario, empeoraron su situación. Así, ese grupo siguió viviendo los días sin disminuir un ápice su amistad. Se acompañaban mutuamente y reían, compartían las novedades y los chismes, criticaban a los que no estaban presentes y como una comunidad de hermanos compartían también entre ellos sus miserias.

Un día uno de ellos llegó gritando desesperado. Un profeta milagrero llegaba a la ciudad y su amigo podía ser curado. Se produjo un silencio unánime y luego todos lanzaron las carcajadas más sinceras que podrían haber hecho. El mensajero también rió con sus amigos, pero les dijo que a pesar de las risas iban a llevar a curar a su amigo. Le preguntó al tullido si quería hacerlo y éste dijo que sí. No tenía nada que perder. Se abrazaron y se aprestaron a la aventura.

Consiguieron una camilla y llevaron a su amigo en ella. Cuando llegaron al lugar donde el profeta hablaba estaba tan lleno de gente que ni siquiera podían oírlo. Se detuvieron un instante y conversaron entre ellos en cómo acercar a su amigo. ¡Volver sin hablar con el profeta no era una opción! Había una especie de fila con muchos enfermos físicos y personas con dolencias, algunas solas, otras acompañadas, pero se mantenían a distancia porque no podían avanzar. Ellos decidieron romper las normas.

Avanzaron por un costado hacia la parte de atrás de la casa y el que había sido enviado a buscar sogas volvió con ellas tras “robarlas” de un barco pesquero de la orilla. Subieron con mucha dificultad a su amigo al techo que no podían pisar porque era de ramas y madera. Una vez arriba levantaron el techo rompiéndolo mientras pensaban cómo bajarían a su amigo desde allí. El ruido molestó a los que escuchaban al profeta y la luz del sol iluminó todo el interior de la casa. El trámite llevó varios minutos, y para sorpresa del dueño de casa el Maestro quedó en silencio mirando la escena que se desarrollaba frente a los ojos de la multitud.

Cuando la camilla del paralítico fue descolgada hasta el suelo el profeta lo miró. Luego subió su mirada hasta el techo donde estaban sus cuatro amigos sonrientes y vergonzosos. La multitud estaba ofuscada por la interrupción. El Maestro volvió a ver al hombre postrado en el suelo y le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Sus amigos del techo se miraron unos a otros desconcertados. ¿No iba a caminar acaso? Su objetivo y deseo no se había cumplido. El rostro de su amigo en cambio brillaba como el sol que entraba por el agujero del techo. Él sintió como la parálisis espiritual de su alma se terminaba en ese instante y su ánimo se ponía de pie.

Unos instantes después volvió el profeta a mirar al joven postrado y le dijo: “Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Sorprendido, él se levantó en seguida. Sus amigos del techo gritaron y se abrazaron una vez realizado el milagro que habían ido a buscar y comenzaron a bajar hacia la puerta donde vieron salir a su amigo cargando la camilla mientras caminaba. La multitud los miraba, algunos con admiración y otros con bronca. Los cinco amigos se abrazaron, gritaban y saltaban. Habían conseguido su objetivo, habían recibido un milagro. Las caras de la gente eran de incredulidad total, maravilla y estupor. Se escucharon a algunos decir: “Nunca hemos visto nada igual”.

El que era paralítico volvió su mirada hacia atrás. Buscaba los ojos de aquel profeta que había curado no solo su parálisis corporal sino también la espiritual. Unas lágrimas cayeron de sus ojos. El milagro más grande de todos había pasado desapercibido, pero él sabía lo que significaba aquello. Tenía una paz que no había conocido antes, cayeron de sus ojos las escamas que no le permitían ver la realidad tal cual era. Sonreía con una sonrisa que jamás había tenido. ¿Quién era ese hombre que le dijo “Hijo” y que le mandó levantarse? ¿Qué poderes tenía para sanar cuerpo y alma? ¿Quién le daba esa autoridad para hacerlo?

Sus amigos lo llamaron. Dijeron su nombre. Él cerró los ojos. Escuchaba que le llamaban repitiendo su nombre una y otra vez. Escuchaba el rumor de la gente, los gritos de sus amigos. Cerró más fuerte los ojos y en el silencio orante sintió un inmenso amor que llegaba y lo mecía como las olas del mar (…) Iba y venía su alma con estos pensamientos hasta que soltó la camilla de su mano, esta cayó al suelo, se sacó la ropa y casi desnudo salió corriendo como desaforado y se zambulló en el mar, en el Mar de la Gracia que acaba de conocer con la mirada, los gestos y la palabra de aquel misterioso hombre.

Abrió los ojos. Se abrazo con sus amigos y se fue, con la camilla en la mano. Su alma estaba de pie, refrescada y renovada y su nueva vida recién comenzaba.

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